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"Madre loca", de Castelao |
Fragmento de “La asegurada”, relato de Rafael Dieste en su libro “Historias e invenciones de Félix Muriel” (1943):
"Y, ya se sabe, en una comarca que se precie siempre hay un loco o una loca, y si no los hay los hubo, que si son furiosos dan aviso de los tremendos ímpetus sin norte que murmuran y oscilan allá por las afueras del sosiego del alma, pero que a veces pueden ponerle cerco y aun mandar espías, con muy lindo disfraz adentro de sus muros. Hasta que todo estalla. Y así el loco furioso, el que aúlla de noche y nadie sabe por qué, hace más pavoroso este caudal de nuestras vidas, al mostrarlo esparcido o desbordado como la cabellera suelta de las tempestades, y por su ejemplo se bendice entonces como un milagro o como el alba deseada ese don transparente del buen juicio. Y sin embargo se cuentan las hazañas del que lo perdió, y dicen que no se podía con él, que tuvieron que venir cuatro hombres templados, y que doblaba los hierros, y que su voz era más fuerte que un clamor de campanas, y que los desacatos de sus dichos eran de tal manera zurdos e inesperados que tanto podían mover a risa como hacer palidecer de pronto al mismo ángel rebelde si estuviese allí. Pero si es pacífico y viene por el camino con su banda terciada y sus medallas de latón, diciendo que es el rey del universo y repartiendo títulos, y alguno muy honorífico al barbero que ha de afeitarle gratuitamente, entonces se sienten súbditos de su reino fantástico, y le siguen los niños muy orgullosos de ser sus chambelanes. Y el que narra esta historia fue toda una tarde, al salir de la escuela, gentilhombre de un rey así. Y el misterio es de mil modos encarado con esa traslación de límites, según de donde venga a ponerse el temible cristal y según la causa de que tal hombre o tal familia fuesen tocados con el sino funesto: sangres mal avenidas, destruídos castillos de la ambición o de la fama que vuelven a alzarse, pero con las agujas del delirio y los pies descalzos; desventuras de amor, que parecen lujos o muy llevaderas a quien no las ha sentido, hasta que vienen sus espadas a trastornar el alma que parecía más risueña y en paz….
El pueblo de los campos y de la ribera, el que suspende sus cuidados de las estrellas y los vientos y distingue de mocedad y vejez y conoce el aroma de la tierra movida que recibe a los muertos, este pueblo antiguo nunca es irreverente con los que se extravían, no le parecen alimañas ni simples mecanismos desarreglados, sino figuras que estremecen o dan que reír, y no se las aísla, pues se las conocía de siempre, desde antes del enigma de su trastorno, y no es cosa de ignorarlas ahora porque no se entiendan. Hay que entenderlas de algún modo, haciendo una babel de leyendas o de farsas para darles alguna suerte de hospitalidad. Y en esa babel fraterna toda la comarca se vuelve entonces un poco loca".

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