Se publicó hace unos días un interesantísimo artículo de prensa en el diario ourensano La Región. Lo firma Aurelio
Álvarez y en él relata algunos episodios y circunstancias de la vida de su
padre, el médico ourensano Eustaquio Álvarez Eire (del cual ya en su día dimos noticias en otra entrada del blog).
El artículo se centra inicialmente en las circunstancias de la Guerra Civil
en donde su padre participa como sanitario en el ejército franquista. Más
adelante se refiere a los años de la posguerra en donde aborda el tema de las
órdenes de atender sanitariamente a los condenados a muerte la noche antes de
su ejecución... Luego, pocas horas después el facultativo era obligado a
reconocer sus cadáveres.
Los documentos
que guardaba el Dr. Eustaquio Álvarez y que de forma generosa nos muestra su hijo
en su artículo, nos dan de bruces con aquellos años de terror y represión
feroz para con los vencidos...Una represión cruel que se alargó hasta muchos
años después de terminada la guerra.
“A espera no cárcere”, de Conde Corbal, grabado de la carpeta “O Fardel da Guerra, 1936-1986 |
En el documento del gobernador militar de Ourense que acompaña al artículo en La Región, no se detalla la identidad de las tres personas que ese día de agosto de 1944 fueron ejecutadas en el Cuartel de San Francisco de Ourense...
Documentación de archivo de Aurelio Álvarez (tomado de http://www.laregion.es/noticia/274215/medico/guerra/civil/posguerra/ourense//) |
...pero sí que aparecen sus nombres tanto en el periódico La Región (23-8-1944) como en el libro "A guerrilla antifranquista en Galicia" de Hartmut Heine (Ed. Xerais, 1980). En ambos se señala que el 21 de agosto de 1944 fueron ejecutados en Ourense tres guerrilleros antifranquistas tras haber sido condenados a pena de muerte en Consejo de Guerra celebrado en la ciudad. Sus nombres: Manuel Fernández Aristegui, José Luis Núñez Fernández y Andrés Rodríguez Pérez...
Casi con total seguridad podemos afirmar que sean los mismos a los que se refiere el documento de 1944 que aporta Aurelio Álvarez...
Son datos y cifras aún sin identificar claramente pero que forman parte de las víctimas de la Posguerra Civil, y que Paul Preston ha documentado, contextualizado y contabilizado en su magnífico libro "El Holocausto español" (2012):
- "Tras la victoria definitiva del bando franquista a finales de 1939, en la totalidad de España alrededor de 20.000 republicanos fueron ejecutados, otros tantos –no se ha podido lograr saber cuántos exactamente- murieron de hambre y enfermedades en las prisiones y en los campos de concentración. A más de medio millón de personas no les quedó más remedio que el exilio, convirtiéndose así en refugiados políticos, muchos de los cuales darían por terminada su vida en los campos de internamiento franceses. Varios miles acabarían por pisar los campos de exterminio nazi".
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Artículo en LA REGIÓN (9-1-2014)
Aquel Ourense- La guerra y posguerra de un médico
AURELIO ÁLVAREZ GÓMEZ - OURENSE - 09-01-2014
El ejercicio de la Medicina, por su propia naturaleza, requiere de un carácter vocacional indudable. Pero si a ello le añadimos un ambiente histórico trágico, como nuestra Guerra Civil y la sangrienta posguerra, con participación directa en esos episodios, de forma no voluntaria sino arrastrado por los acontecimientos, esa fortaleza vocacional es sometida a tal grado de exigencia que, de ser superada sin traumas, contribuye inequívocamente al desempeño de la profesión de una forma mucho más humana y cercana. No es que para desempeñar mejor la medicina haya que haber participado en una guerra, sino que la desagraciada experiencia contribuye a una humanización en el trato con el paciente y a una exaltación del derecho a la salud y a la vida. Al menos eso es lo que creo sucedió con mi padre.
D. Eustaquio Álvarez Eire (Ourense, 1914-1996) fue llamado a las filas del ejército de Franco el 25 de agosto de 1936, incorporándose al Regimiento Zaragoza 30, de guarnición en Ourense, en el cuartel de San Francisco. El 15 de octubre salió con una compañía, formando parte de una de las columnas gallegas, hacia Asturias, haciendo noche en Luarca para instalarse en la localidad asturiana de Cornellana, recién conquistada.
A sus 22 años, había terminado 4º curso de Medicina en la Facultad de Santiago. Fue destinado como enfermero-practicante en el Botiquín del 10º Batallón. Tras su estancia en el Frente Asturiano, su unidad fue desplazada a Aragón, en donde participó en el sitio de Teruel. Posteriormente, debido a una bronquitis aguda que a punto estuvo de costarle la vida, se le desplazó a retaguardia, cumpliendo destino en Lugo hasta el final de la guerra.
Desde hace unos meses dispongo, en propiedad, de los papeles de mi padre. Algunos de ellos ciertamente interesantes. Entre ellos sus diarios de guerra, en los que relata con bastante detalle su quehacer cotidiano. Algunos pasajes son reveladores, tanto de su personalidad vocacional por la medicina, como de los propios sufrimientos padecidos en la contienda. Pasada la guerra, mi padre terminó enseguida la carrera y fue nombrado medico civil del Regimiento, con plaza en Ourense, primero el Zaragoza 30, y a partir de 1944 el Zamora 8.
Entre la documentación que poseo desde hace muy poco tiempo, he encontrado algo que me ha impactado: se trata de unos pequeños sobres de un sombrío color verde caqui, en cuyo interior aparece una hoja minuciosamente doblada y mecanografiada. Son órdenes del gobernador militar de Orense dirigidas al “Sr. Médico Don Eustaquio Álvarez Eire”, para que auxilie a los reos que unas horas después serán fusilados. El texto literal de una de estas órdenes es como sigue (obsérvese la autoritaria redacción castrense):
A sus 22 años, había terminado 4º curso de Medicina en la Facultad de Santiago. Fue destinado como enfermero-practicante en el Botiquín del 10º Batallón. Tras su estancia en el Frente Asturiano, su unidad fue desplazada a Aragón, en donde participó en el sitio de Teruel. Posteriormente, debido a una bronquitis aguda que a punto estuvo de costarle la vida, se le desplazó a retaguardia, cumpliendo destino en Lugo hasta el final de la guerra.
Desde hace unos meses dispongo, en propiedad, de los papeles de mi padre. Algunos de ellos ciertamente interesantes. Entre ellos sus diarios de guerra, en los que relata con bastante detalle su quehacer cotidiano. Algunos pasajes son reveladores, tanto de su personalidad vocacional por la medicina, como de los propios sufrimientos padecidos en la contienda. Pasada la guerra, mi padre terminó enseguida la carrera y fue nombrado medico civil del Regimiento, con plaza en Ourense, primero el Zaragoza 30, y a partir de 1944 el Zamora 8.
Entre la documentación que poseo desde hace muy poco tiempo, he encontrado algo que me ha impactado: se trata de unos pequeños sobres de un sombrío color verde caqui, en cuyo interior aparece una hoja minuciosamente doblada y mecanografiada. Son órdenes del gobernador militar de Orense dirigidas al “Sr. Médico Don Eustaquio Álvarez Eire”, para que auxilie a los reos que unas horas después serán fusilados. El texto literal de una de estas órdenes es como sigue (obsérvese la autoritaria redacción castrense):
“Sírvase V. presentarse en el Cuartel de San Francisco a las veinticuatro horas treinta minutos de la noche de hoy, a los Jueces instructores Comandantes de Infantería Don José Rodríguez Reigada y Don Benjamín Hermida Taboada, al objeto de prestar los auxilios que pudieran precisar tres reos condenados a muerte y para reconocer sus cadáveres una vez ejecutada la sentencia que se llevará a cabo en las inmediaciones del citado Cuartel a las siete horas del día de mañana veintidós del corriente.
Acúseme recibo de este escrito inmediatamente de recibirlo.
Dios guarde a V. muchos años.
Orense 21 de Agosto de 1944.
El General Gobernador Militar.”
Cierto es que estos documentos no mencionan ni los nombres de los reos ni las causas de su condena, pero ello no es óbice para poder imaginarnos el estremecimiento que debió suponer el tener que asistir a estos terribles actos. Pero no era una opción discutir la orden del militar correspondiente.
Mi padre nunca me había dicho nada de esto, aunque sí sabía que había asistido o realizado autopsias de fusilados en la cárcel orensana a finales de los cuarenta. Sin embargo nunca hablaba de los fusilamientos que se produjeron en los años inmediatos posteriores al fin de la guerra. Creo que es conmovedor el decoro de su conducta para conmigo, y por supuesto para consigo mismo, el mantener durante toda su vida un respetuoso silencio sobre su participación como médico, con una obvia obligatoriedad, en unos sucesos desdichados y propios de la barbarie de la época. Conociendo su mentalidad, estoy convencido de que su recuerdo le resultaba tan doloroso que prefirió no mencionármelos. Por eso digo, tiempos difíciles, en los que compaginar la dignidad con el cumplimiento de la legalidad vigente era tarea harto compleja.
Ahora, con la serenidad del tiempo transcurrido, comprendo muchas cosas y entiendo aquellos gestos que muchos pacientes, agradecidos, le dirigían a “Don Eustaquio”.
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